En este autorretrato, Van Gogh se representa con una mirada penetrante y un rostro marcado por la tensión y la introspección. Utiliza su distintiva técnica de pinceladas gruesas y cortas, que le dan a la pintura un dinamismo y una vibración únicos. Los colores son intensos y contrastantes, predominando los tonos azules y verdes que rodean al rostro, enmarcándolo y destacando su expresión facial. Este autorretrato no solo es una muestra de la maestría técnica de Van Gogh, sino también una ventana a su mente atormentada. Es un testimonio de su lucha personal y su búsqueda de identidad y estabilidad. En el contexto de su carrera, esta obra es crucial, ya que refleja la evolución de su estilo y su capacidad para canalizar sus emociones a través del arte. En el mundo del arte, el «Self-Portrait» de 1889 es valorado no solo por su belleza estética, sino también por su profundo contenido psicológico, haciendo de esta obra un pilar fundamental en la historia del arte moderno. Actualmente, la obra se encuentra en el Musée d’Orsay en París, Francia.

HARMONÍA DE COLORES